Vistas de página en total

miércoles, 9 de julio de 2014

LAS CHICAS DE CAMPO



Autora: Edna O’Brien

Irlanda, década de 1950. En un pequeño pue­blo, lejos (tanto física como espi­ri­tual­mente) de Dublín, vive Caith­leen, una ado­les­cente que crece entre el cariño de su madre y el miedo a los arre­ba­tos vio­len­tos de su alcoho­li­zado padre. Gra­cias a sus bue­nas notas, Caith­leen recibe una beca para ter­mi­nar sus estu­dios en un inter­nado cató­lico, al que tam­bién acude Baba, tanto su mejor amiga como su más insu­fri­ble enemiga. Esa expe­rien­cia las unirá como hasta enton­ces nada había hecho y ter­mi­na­rán viviendo jun­tas en Dublín, donde sabo­rea­rán la liber­tad y apren­de­rán a abrirse paso en la edad adulta.
Esto es, bási­ca­mente, lo que nos cuenta Edna O’Brien en Las chi­cas de campo. Pero, en reali­dad, esta novela es mucho más. Es una Bil­dungs­ro­man que, si bien relata hechos que hoy en día no le hacen per­der el aliento a nadie, en el momento de su publi­ca­ción fue­ron todo un escán­dalo (de hecho, y tal y como narra el colo­fón de la edi­ción actual, el párroco de Tuam­gra­ney, pue­blo natal de la autora, com­pró los tres ejem­pla­res de la novela que esta­ban a la venta en una libre­ría de Lime­rick y los quemó públi­ca­mente en la plaza del pueblo).
O’Brien defiende en esta obra el poder vivir la vida como uno (una, en este caso) quiera sin impor­tar lo que digan la igle­sia o los veci­nos. Para ello, uti­liza las viven­cias de Caith­leen y Baba (quie­nes, en reali­dad, no son más que dos caras de la misma per­sona), uti­li­zando sus ganas de ser auto­su­fi­cien­tes, su des­per­tar sexual y sus poco orto­do­xas mane­ras de salir ade­lante para lan­zar un ale­gato a favor de la liber­tad e inde­pen­den­cia feme­ni­nas, algo que no cabía en la moral irlan­desa de hace cin­cuenta años.
Las chi­cas de campo es una novela exqui­sita, narrada con una prosa apa­ren­te­mente sen­ci­lla, en la que la melan­co­lía hace acto de pre­sen­cia tan a menudo como el humor y que nos da la opor­tu­ni­dad de refle­xio­nar si hoy en día, más de cin­cuenta años des­pués de su publi­ca­ción ori­gi­nal, las cosas han cam­biado real­mente tanto como pensamos.