Esta obra es un viaje iniciático de
la infancia (su triste y solitaria infancia) a la primera adolescencia, con su
aceptación forzosa del mundo de los adultos (los Gigantes para ella, -¡qué
expresión tan gráfica!-).
Nos cuenta, pues, la forma en que
Adriana ve el mundo y las estrategias que utiliza para defenderse del mismo: de
la falta de cariño de su madre, de la ausencia del padre, de la intransigencia
de las monjas y de la incomprensión y ¿crueldad? de sus compañeras. También nos
habla del cariño de las criadas, esas entrañables tata María e Isabel, con su
olor a lejía, sus manos ásperas, sus sonrisas de dorados brillos y sus
persistentes y recatadas muestras de cariño. De la complicidad de Teo, el
“tutor” de su querido Gavi (igualmente solo, como ella) y de la actitud
transgresora e independiente de su tía Eduarda. La predilección de la autora
por estos personajes se muestra con absoluta claridad, haciendo que sus
lectores también se identifiquen con ellos.
Un
libro que sorprende por la capacidad de acercarse con tanto estilo y claridad
al mundo de la infancia, que sabe trasladarnos con maestría las emociones de
una niñez llena de soledad y angustia por la falta de cariño de las
instituciones pero que encuentra en los juegos, el sueño de las lecturas y del
cine, y en el valor único de la amistad, una forma de superación para aceptar
que el Unicornio entra en un paraíso deshabitado del que nunca volverá.
Paraíso inhabitado recrea un universo infantil
delicado y maravilloso, que hipnotiza y engancha desde la primera página.
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