Comentario: Los signos de vida
y resurrección de los que estamos siendo testigos ahora en gran parte de
América Latina, tienen un origen y una historia que es necesario recordar. Me
refiero a los recientes cambios políticos y, tímidamente, sociales y económicos
que, por primera vez están teniendo en cuenta a los indios de América Latina, sus
culturas, lenguas, ideas...
El gran drama de
los pueblos indígenas americanos no fue sólo la llegada de los españoles. Esos
hombres que llegaron a superponer su ideología, que les cambiaron su forma de
ver el mundo, la vida, las relaciones familiares, el trabajo... Las grandes
matanzas de los españoles sólo se produjeron de manera esporádica a comienzos
de la conquista, a los españoles no les interesaba matar indios porque eran
fuerza de trabajo. La verdadera gran matanza fue acabar con unos modos de vida
y de cultura determinados, eso los llevo a su aniquilamiento. Aun así, millones
de indios sobrevivieron a la conquista. ¿Qué pasó después? El problema de la
marginación y de la destrucción de la gran riqueza cultural americana se fue
produciendo desde dentro. Los, entonces americanos, criollos no indígenas,
fijaron sus ojos en Europa y América del Norte. La independencia de los estados
americanos se llenó de ideas extranjeras, se quiso imitar, se identificó a la
cultura con la civilización europea y a la barbarie con los indios, con lo
propio americano. Aquí empezó una larga historia que ha seguido contraponiendo
civilización y barbarie, unos valores con otros, unas culturas con otras que ni
siquiera eran consideradas como tales. Muchos ideólogos de la independencia,
jefes de gobierno de los nuevos países, fueron los que promovieron las grandes
matanzas indígenas en toda América Latina, había que acabar con la barbarie. Es
el caso de Argentina y Chile y en menor medida de otros países. En la zona
andina y en el resto de América los indios fueron desplazados y esclavizados,
torturados y despreciados hasta hacerlos invisibles, como en México, en
Ecuador, Bolivia...
La novela, Huasipungo,
del ecuatoriano Jorge Icaza, nos pone ante los ojos esta terrible realidad. La
obra se publica en 1934 y lo que cuenta es la realidad contemporánea de la
situación de un grupo de familias indígenas en el altiplano ecuatoriano,
representadas por la figura de Andrés Chiliquinga y su familia. Los
acontecimientos se van desarrollando mientras a medida que vas leyendo la
novela te va embargando una terrible sensación de impotencia ante la
injusticia, un rechazo terrible, un sinsentido y un no tener salida ante tanta
falta de humanidad, ante una explotación que supera nuestras peores pesadillas
y que no es otra cosa que el resultado de una sociedad injusta y salvaje
representada en el latifundista Alfonso Pereira, pero también vista en el
mayordomo, el empresario norteamericano, en el gobierno, la policía y en el
cura del pueblo. Ellos son la verdadera barbarie que acaban con la vida de
Andrés Chiliquinga y su grupo, no por medio del asesinato, sino que toda su
vida es ya el aniquilamiento de la persona y de la cultura.
El desenlace de la
obra es el abismo de la injusticia y el sinsentido, pero también es la primera
luz de esperanza para que esta situación cambie.
Hoy, en medio del
hambre, la explotación y la falta de recursos de millones de seres humanos,
esta situación está empezando a cambiar. La voz de millones de indios está
comenzando a escucharse, sus modos, lenguas, ritos, estilos de vida quieren
tener un lugar en este mundo globalizado que parece no tener espacio para lo
diferente. Ojalá ellos sean una lección, sus voces sean verdaderamente
escuchadas y sus dirigentes no se dejen engañar por el brillo del poder y así
no olviden, sino que recuerden y cambien la historia.
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