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Lo que realmente está por debajo de toda la narración es la eterna
oposición literaria y cultural entre civilización y barbarie. ¿Cuál es la
barbarie en la novela? ¿Dónde está la civilización? ¿En la gran ciudad que ha
dejado atrás, donde no hay vida, sólo prisas, sinsentidos, inconexiones...
donde incluso el amor es materializado, deshumanizado? Frente a esto
Carpentier presenta una barbarie, la de la selva, la de la comunidad que
allí habita, que está plena de sentidos, entregas, uniones... La relación que
se establece entre él y Rosario, una india de la comunidad, es gratuita,
cercana, cotidiana, sin pedir nada a cambio. Todo esto lo hace el autor con la
gran maestría de no hacer del ámbito de la selva un lugar idealizado, no lo es,
hay contradicciones, errores, dificultades, no es el paraíso perdido, pero sí
es el lugar privilegiado del encuentro consigo mismo, con el otro, con lo que
nos es más humano de nosotros mismo, nuestra propia realidad muchas veces
oculta por artificios de mundos desarrollados, urbanos, complejos, absurdos...
La magia de Carpentier en Los pasos perdidos no llega de la mano de
sucesos extraños, inexplicables, que rozan lo fantástico, todo lo contrario, la
cotidianidad que se establece en la vida en la pequeña comunidad de la selva es
ya, de por sí, mágica porque permite el encuentro con el otro, el contacto
directo con lo más íntimo de nosotros mismos y con la tierra, presente,
hermana, madre, purificadora.
El viaje que nos propone el escritor cubano no es sólo el de su
protagonista, sino también el de cada uno de nosotros para encontrarnos con
nuestro propio lugar en el mundo y ser capaces de mantenernos en él. ¿Es capaz
el protagonista de renunciar a toda esa realidad que no lo llena y quedarse en
la selva? ¿Somos nosotros capaces de iniciar ese viaje y permanecer en ese
lugar prometido? Si te animas a leer esta gran novela, puedes encontrar alguna
idea, pero ninguna respuesta.
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