Sinopsis
La
historia del señor Linh, con su nieta en brazos, recorriendo los mares, las
calles de un país desconocido y los encuentros con varias personas es una
historia conmovedora. Te cogerá el corazón y te hará sentir que caminas con
este viejo y su nieta por esas calles, abriendo los sentidos y dejándote
afectar por la historia de un refugiado en país extraño.
¿Por qué leer "La nieta del señor Linth"?
Esta
historia está bien contada. Merece la pena, narrativamente, adentrarse en la
vida de este anciano refugiado. Es tremenda su historia: tener que salir de su
país por la guerra. Entre sus párrafos, el lector podrá afectarse por el relato
de una vida que no deja indiferente. El señor Linh, tras un penoso viaje en
barco, desembarca posiblemente en Francia, donde no conoce a nadie. Tampoco
tiene forma de comunicarse, más allá de gestos sencillos y amables. Este
anciano huye de la guerra que ha destrozado su pasado y presente. Sin embargo,
se abre ante sí la posibilidad de un futuro. Todo comenzará en un piso de
acogida de refugiados, que le sirve de descanso y de reposo, de ahí partirá en
pequeñas salidas a las calles de una ciudad abarrotada de ritmos acelerados,
gentes diversas y ruido, mucho ruido. Allí conocerá a un hombre, que pronto
será su gran amigo su confidente y su apoyo en esta difícil tarea de volver a
vivir. La fuerza del señor Linh, su amabilidad y paz, harán que esta historia
penetre en una realidad desconocida para muchos de nosotros. Con esta novela,
podemos estar más cerca de quienes viven una historia así y conmovernos con
quienes nos cruzamos cada día en nuestras grandes ciudades.
«Los
dos amigos dan un paseo por el muelle y luego se sientan en un banco frente al mar.
El invierno toca a su fin. El sol calienta con más fuerza. Cientos de pájaros
se arremolinan en el cielo y de vez en cuando se precipitan sobre las aguas del
puerto, de las que vuelven a elevarse con el destello plateado de un pez en el
pico. En los barcos fondeados, los pescadores remiendan las redes. Algunos
silban. Otros hablan fuerte, se llaman, ríen. Es un sitio muy agradable. El
señor Lihn respira. Respira hondo, con los ojos cerrados. Sí, no se equivocaba.
Allí hay olores, olores de verdad, a sal, a aire, a pescado seco, a brea, algas
y aguas. ¡Qué bien huele! Es la primera vez que aquel país huele realmente a
algo, que tiene un olor. Un olor que lo embriaga. En los más profundo de su
corazón, el señor Linh, agradece a su amigo que le haya enseñado aquel sitio» (p. 66)