Dividida en cuatro partes, la primera nos enfrenta con
los orígenes del mundo (campo para la física, la química y la biología), con la
aparición sobre la Tierra del género Homo, con su evolución hasta llegar
al triunfo del Homo sapiens sobre otras especies humanas (que quedaron
extinguidas) y animales (a la aniquilación de muchas de las cuales contribuyó
de forma efectiva como mayor serial killer de la Tierra), mientras se
producía una "revolución cognitiva" con la creación de un lenguaje
ficcional como fundamento de su superioridad.
La segunda parte trata de la revolución neolítica,
aquí llamada “revolución agrícola”, es decir, ese momento que transformó la
sociedad de cazadores-recolectores nómadas en otra de agricultores y pastores
sedentarios, hace unos 10.000 años. Aquí el autor abre un espacio para el
estudio del patriarcado, es decir, del predominio del hombre sobre la mujer,
que las sucesivas ideologías han tratado de legitimar como el “orden natural de
las cosas”, que ni es orden ni es natural, sino una forma más del dominio
histórico de los grupos más poderosos sobre los más débiles.
La tercera parte ya nos lleva a la
edad moderna, al periodo de la primera globalización y de la aparición de los
grandes imperios mundiales, como el español o el británico. Imperios que tienen
su base en la ambición, es decir, en el dinero, por mucho que se disimule bajo
la capa de la "pesada carga del hombre blanco" (Kipling dixit) de evangelizar, de
civilizar o de democratizar a otros pueblos. Aquí se hace una discreta apología
de los politeísmos (que conllevan una abundante dosis de tolerancia) y se clama
contra el fanatismo de los monoteísmos.
El último apartado se dedica a la "revolución
científica", aunque no se limita a este episodio situado tradicionalmente
en el siglo XVII europeo, sino a todos los hallazgos de los últimos 500 años en
el terreno de la ciencia. Esta laxitud conceptual le permite hacerse cargo
igualmente de los grandes avances tecnológicos desde los generados por la
revolución industrial hasta los más recientes de la ingeniería genética, como
la recreación de un cerebro humano dentro de un ordenador o la búsqueda, si no
de la inmortalidad, sí al menos de la “amortalidad” implícita en el Proyecto
Gilgamesh y otras posibilidades abiertas a los modernos Frankensteins. Y
también de las limitaciones de este nuevo poder del hombre, que acelera el
deterioro climático, que agrede a su propio hábitat, que se obsesiona por las
cifras de la macroeconomía, pero al mismo tiempo se despreocupa de la felicidad
cotidiana de millones de individuos.