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La película china "Yo no soy Madame Bovary" gana el
premio de la Concha de Oro a mejor película en el festival de cine de San
Sebastián.
Que el título no
engañe a los comprensibles admiradores de Flaubert. No es una nueva adaptación
de su inmortal novela. Sí de lo asfixiante que puede ser la existencia en una
China donde la burocracia es la reina, donde se prohibía tener más de un hijo,
donde los pleitos por intentar que se te haga justicia se pueden alargar
interminablemente. El director Xiaogang
Feng lo cuenta con cierto atrevimiento (al parecer, la censura le está
acosando), con algún momento de comedia, con intención de sátira. Y tiene
cierta gracia la interpretación de su protagonista, Fan Bingbing, que ha
recibido un aceptable premio a la mejor interpretación femenina.
La novela perfecta
Gustave Flaubert
tardó cinco años en escribir Madame Bovary. Decidido a
alcanzar la perfección artística de la poesía, escribía y rescribía
obsesivamente. De ahí que en el texto nada falta y nada sobra: todo está en su
lugar y la armonía es absoluta, y es efectivo hasta el extremo de que tiene la
peculiaridad de que el texto fluye con más rapidez cuando Enma está emocionada,
excitada o contenta, y se vuelve pesado cuando ella está aburrida o deprimida.
La
soñadora Emma, una joven de provincias casada con Charles Bovary, quien la ama
pero es incapaz de comprenderla y satisfacerla, buscará la realización de sus
sueños en otros amores, pasionales, platónicos..., pero ninguno de ellos
logrará calmar su desesperada ansiedad y sus románticas inquietudes. La
publicación de Madame Bovary (1856) provocó el escándalo de la burguesía
francesa, esclava de mil prejuicios, y el proceso judicial que siguió
contribuyó a un éxito editorial sin precedentes. Flaubert veía así cómo su obra
servía más para satisfacer el morbo que para deleitarse en el caudal narrativo
que contenía. Hoy, Madame Bovary es considerada el auténtico pórtico de la
modernidad literaria.