Holden
Caulfield es el ejemplo perfecto de adolescente, no incomprendido, sino que
no comprende. Es un chaval de diecisiete años, perteneciente a una familia
adinerada, que acaba de ser expulsado por enésima vez de la escuela, repudiado
por un sistema educativo inflexible, ineficaz e insatisfactorio. Aunque por su
aspecto físico pudiera aparentar más años de los que en realidad tiene, lo
cierto es que su comportamiento y su manera de ser evidencian una inmadurez
palpable. La relación con sus padres tampoco es que sea muy boyante, y ante
la posibilidad de que lo envíen a una academia militar cuando se enteren de su
enésimo tropiezo académico, Holden decide escaparse de la escuela en la que
pasa sus últimos días de vacaciones y emprende un viaje a Nueva York que le
llevará a explorar algunos de los aspectos más íntimos de su persona.
En su
camino Holden se cruzará con muchos personajes, algunos nuevos y otros
relacionados directamente con su pasado o con algún familiar, que le aportaran
distintos puntos de vista sobre el mundo adulto, pero al contrario que en otras
historias similares, no se aprecia en El guardián entre el centeno una
evolución clara del protagonista, quien al final de la novela padece
exactamente las mismas carencias propias de la edad que al comienzo de la
misma.
La
grandeza de El guardián entre el centeno reside sobre todo en el
espectacular impacto que produjo en la sociedad norteamericana la salida al
mercado de este pequeño gran atlas de la psicología adolescente, impacto cuyo
eco siguió resonando casi con la misma fuerza durante varias décadas más. Tanto
es así, que la obra de Salinger no solo se ha convertido en lectura obligada
y novela de culto para millones de jóvenes y otros que no lo son
tanto, sino que además, El guardián entre el centeno lleva siendo
objeto de estudio en los institutos estadounidenses desde hace ya mucho tiempo.
¿Qué tiene este libro que 60 años después de su primera edición aún sigue
deslumbrando a infinidad de lectores?